Cruzarse a la Tierra del Fuego argentina es posible a través de dos pasos: el Bellavista, más al sur y bastante cercano a Tolhuin, aunque restringido a la época veraniega y vehículos altos (el vado del rio Bellavista es un pequeño mar) acerca del que podemos averiguar con los carabineros de Pampa Guanacos. Más al norte, sin río de por medio, y muy alejado de Ushuaia se encuentra el paso San Sebastián, casi en el borde marítimo ya que es el punto más profundo de la bahía homónima. Sin embargo, hacer todos esos kilómetros de ripio entre guanacos y cauquenes
tiene su recompensa: un indecente plato de costillitas de cordero servidas en el cómodo, abrigado y multicolor comedor de la hostería La Frontera, todavía en tierras chilenas.
No olvide sentarse a la mesa con un digestivo hepático y evite las papas fritas. Con una ensalada será suficiente para acompañar esa montaña ovina por lo que la mesa se parece a un un corral. (Si puede, no olvide el flan casero: es de esos que alegran la vida).
Los pocos kilómetros entre ambas aduanas, sin embargo, son de aquellos que amargan la vida. A la salida de la aduana argentina, el ACA brinda por fin combustibles a precio digno, un 60 % más barato que en Punta Arenas… La eterna RN 3, bastante poco cuidada y sin demarcar nos lleva hacia Rio Grande y Tolhuin, en la cabecera oriental del lago Fagnano. Un enorme cartel indica la existencia de la Panadería La Unión, como si fuera la única que existe en el mundo: vale la pena entrar y encontrarse con una figura insólita, la del Dr Favaloro en una mesa de café… La Unión sirve de Parador para los transportes de larga distancia: facturas y alfajores, empanadas, sándwich y bebidas. Todo de muy buena calidad.
El lago Fagnano seguirá a nuestra derecha por un rato, hasta que la ruta se dirige nuevamente hacia el sur llegando al increíble Paso Garibaldi, colgado de la montaña y con una vista incomparable. Un mirador permite admirar la vista hacia el norte.
El paisaje sigue ofreciendo una variada topografía hasta que llegamos a Cerro Castor con sus pistas de esquí, sus perros con trineos y sus snowcat. Poco después, Ushuaia y el Canal Beagle se presentan como una postal enmarcada por montañas nevadas.
A nuestras espaldas, el monte Olivia, increíblemente nevado, la cadena de cerros del Glaciar Martial y las montañas del fin del mundo que se pierden tras Bahía Lapataia.
El Canal Beagle, serena y profunda escotadura marina separa la isla Grande de Navarino, donde Pto Williams, último enclave chileno, intenta crecer a pesar de todo.
Ushuaia no resalta por su belleza edilicia. Es más bien un “pueblo minero” bombardeado por el turismo masivo que todo lo destruye. Sólo la vieja cárcel y pequeña base naval, algunas casas del inicio de la epopeya poblacional y poco más sobresalen de un conjunto abigarrado y variopinto de construcciones de disímil calidad, un horrible casino que arruina la costa marítima y la excesiva cantidad de automóviles para un pueblito de 50000 almas apenas.
1200 metros tiene la aerosilla que por apenas $ 50 nos lleva al Martial.
Conviene tomar alturas y observar la bahía y el pueblo, el canal en toda su extensión y los bosques de lengas originales entre los que ya la edificación ha empezado a surgir. En la subida por la avenida Martial, un restaurante con magnífica vista nocturna ofrece el top de la cocina local.
Emanuel…… dirige personalmente Chez Manu, con una enorme pecera con centollas que producen un permanente espectáculo de piruetas insólitas mientras comemos a sus congéneres.
No es barato –más bien bastante caro- pero vale la pena: será imposible repetir en el continente las especialidades marinas del chef sazonadas con salicornia y otras excéntricas especias marinas locales además de la exquisita pimienta de Tierra del Fuego (bayas de canelo). Los postres no se quedan atrás y cierran una comida para el recuerdo. En pleno centro, una parrilla tenedor libre “La Estancia” nos ofrece volver a nuestro pasado cavernícola: por $ 160 es posible comer hasta el hartazgo una completísimo buffet y las enormes porciones de los asadores en los que el cordero reina sin discusión. Vaya temprano porque se forma cola para lograr una mesa: es una experiencia básica que nos ingresa sin temor a la dieta paleolítica más pura. Pero no olvide probar la carne de vaca: el vacío (que no llena) no se queda atrás. Unos pesitos al parrillero son más que obligados para quien con suma atención y buen ánimo contribuyó a nuestra enfermedad arterial.
Sobre avenida Maipú, en zona céntrica, El Almacén es una excelente opción para cualquier hora.
Hasta mate con facturas sirven con pava propia. Siendo las 6 de la tarde preferimos la cerveza tirada fabricada en la zona: la Cape Horn, en 3 variedades, es una magnífica posibilidad de aplacar la sed después de la recorrida por los Museos del Fin del Mundo y el Marítimo, donde la cárcel que albergó durante varios lustros al “asesino de la secretaria” y al “petiso orejudo” permite la visita a la europea tarifa de $ 90. Igual vale la pena: la visita guiada es muy completa y llena de información.
Si puede, visite la vieja terminal aérea, allí donde cada aterrizaje era puro albur y vea la reconstrucción del “Cóndor de Plata” el Heinkel de doble ala en el que Gunther Pluschow sobrevoló por primera vez los territorios fueguinos. En él moriría sobre lago Argentino en lo que constituyó el primer accidente aéreo de Patagonia.
Como excursión inevitable (preferentemente no en domingo, ya que los 50000 ushuaienses concurren al mismo lugar y a la misma hora, por lo que hay varios choques, vuelcos y heridos) el recorrido por bahía Lapataia sobresale del resto. Paisajes notables, decenas de zorros colorados que se acercan a comer de nuestra mano, turbales y lagunas, diseñan uno de los lugares más bellos de la Isla.
También podemos optar por una breve caminata de un par de horas hasta el A° Packewaia, sobre el Canal, allí donde se efectuó en 1975 la “Primera campaña arqueológica al Territorio…” que sentó las bases cronológicas de la prehistoria de la región.
A 85 km de Ushuaia, por la carretera “J”, de ripio, se encuentra la Ea Harberton, inicio de la evangelización y poblamiento europeo de la zona. Vale la pena la visita, que incluye el museo creado por Natalie Prosser, la reconocida bióloga marina establecida allí al casarse con el descendiente del fundador de Harberton.
Unos kilómetros antes, en Puerto Almanza,
pequeñísimo enclave pesquero, es posible comer en restaurancitos de 3 o 4 mesas, o comprar las típicas y bien sazonadas empanadas de mariscos o centollas, que hacen excelente “maridaje” con la cerveza Beagle, otra de las locales.
Volviendo al pueblo «La casa de los mariscos» ofrece un generoso plato de centolla al natural al módico precio Arg $ 110, toda una bicoca en el pueblo mas caro del hemisferio sur.
Típico árbol bandera, que crecen así por el intenso viento del oeste.
texto: Álvaro de Brito
fotos: Marlis Kuhlmann